"ZIZAÑA" Y CECEO // Antonio Manuel

Ocurrió hace unos días en un programa de televisión, pero nos lleva ocurriendo toda la vida y mucho me temo que nos seguirá pasando, si no tomamos conciencia de la dignidad milenaria de los sonidos que habitan en nuestra garganta. Un conocido humorista realizaba una parodia sobre una ministra andaluza, intentando imitar nuestra forma de hablar. Con sinceridad, no me molesta que nos remeden, ni que se rían de nosotros. Nuestro pueblo ha sobrevivido a las peores calamidades de su historia con una sonrisa tatuada en la cara. Como decía Blas Infante, Andalucía es la tierra más alegre de los hombres más tristes del mundo. Y, desgraciadamente, lo sigue siendo. Pero lo que no soporto es que asocien nuestra lengua a la incultura, a la pereza y a los malditos tópicos de siempre. Apenas comenzar su número, el humorista se atranca al pronunciar en inglés “Black Friday” como si nuestra condición andaluza llevase aparejada una malformación mental o en la laringe que nos impida hablar correctamente otra lengua, incluida el castellano. Le llovieron críticas en las redes sociales por su desafortunada actuación. En lugar de retractarse y pedir disculpas, se justificó con este mensaje:

“Como sabía q esto iba a pasar en este MAR de twitter nuestro, cada día más infectado del plástico de la zizaña y el mal rollo, dejadme que os cuente algo: Ayer en el El Hormiguero imité/parodié a Ma Jesús Montero, la ministra PORTAVOZ del gobierno...si repito ministra PORTAVOZ.

Una señora q dice “NEGOZIASIONE”(negociaciones), “CONVERZASIONES”, Estao(estado) o pactao (pactado) entre otras cosas . Así q mi imitación o parodia, imita exactamente la forma de hablar de esta señora. Nada más”.

Clama al cielo la connotación peyorativa de las mayúsculas y de la reiteración de la palabra PORTAVOZ, como si una persona estuviera inhabilitada para serlo por hablar andaluz. Más sangrante aún es que lo diga cometiendo graves faltas de ortografía: “zizaña” por cizaña, “si” conjunción por “sí” afirmativo, o numerosos errores de puntuación. Y, como colofón, intenta transcribir varias palabras para hacer ver que la ministra no habla correctamente castellano. En efecto, está hablando en andaluz.


Pertenecer, de alguna forma. Rafael Jiménez, Colección Genalguacil Pueblo-Museo.


El escudo de la provincia de Córdoba lo forman dos leones, dos torres y una corona. Exactamente igual que el de Castilla y León. Como si Córdoba no hubiera existido hasta la conquista. Como si no hubiera sido capital de la Bética, capital de la Hispania Bizantina y capital de Al Ándalus. Ésa es la raíz del problema: la construcción de un imaginario que ha devastado nuestra historia, pero que no ha conseguido borrarnos la memoria. Para entender por qué hablamos andaluz, no podemos caer en la trampa del escudo y pensar que sólo se trata de una evolución del castellano llevada a cabo por un pueblo repoblado. De ser así, ¿por qué no hablamos como leoneses, cántabros o astures? Porque no es verdad. Tras la conquista castellana, a pesar de las órdenes de persecución y expulsión de todo aquel que pareciera judío o musulmán, la mayoría del pueblo autóctono, nativo y andalusí se quedó. Se convirtió al catolicismo y aprendió el castellano para sobrevivir. Y lo hicieron aljamiando, es decir, adaptando las nuevas palabras castellanas a los sonidos en román andalusí, algarabía o hebreo, que mantenían en la garganta.

La lengua hebrea es la sagrada de los judíos y la que empleaban los sefardíes en sus oraciones en Al Ándalus. Lo curioso es que conservan sonidos parecidos a las variantes sonoras que provocan el “çeçeo”. La razón de utilizar “ç” es muy sencilla y útil a la vez: un solo signo ortográfico abarca las distintas pronunciaciones del “seseo”, “ceceo” o “zezeo”. En hebreo, la letra “Sin” (ש) puede llevar un punto llamado “dagesh”, ya sea sobre la última de las tres ramas (a la izquierda שׂ) y se pronuncia como una S, ya sea sobre la primera (a la derecha שׁ) y se pronuncia como la “shin” árabe (ݾ), idéntica a la ch que se pronuncia en algunos lugares de Andalucía. Igualmente existen las letras ז “zayin” que equivale a la z; la ס samed que se pronuncia como una s líquida; o la צ “tzadi” que suena igual que tz.

El román andalusí, mal denominado “mozárabe”, es la lengua de origen latino que se hablaba en Al Ándalus, transcrita en árabe o en hebreo. Aunque fue mayoritaria al comienzo, poco a poco fue sustituida por el árabe dialectal andalusí, denominado algarabía. Por citar sólo un ejemplo, en romance se terminó palatalizando la “s” hasta tomar un sonido muy similar a la “sh”. Incluso muchas palabras, podían pronunciarse indistintamente con este sonido o con “j”, lo que podría explicar el “jejeo” en muchas localidades y comarcas andaluzas. Así, qamiša, qamija (camisa); borša, borja (bolsa); šuhto, juhto (seco, enjuto) o šaurel, jaurel (jurel).

Sin lugar a dudas, la influencia más determinante en el fenómeno del “çeçeo” fue aljamiar el castellano con grafía árabe. Según cuál fuera la consonante elegida, teniendo en cuenta la diversidad preexistente en las formas de hablar andalusíes, provocó que una misma palabra se pronunciara diferente según las zonas. La sub-bética cordobesa, por ejemplo, eligió la singular y silbante “zaim” (ز). La Axarquía malagueña, la no menos peculiar y cerrada “tzo” (ص). La Vega del Guadalquivir, la líquida y seseante “sin” (س). Muchísimos lugares de Andalucía optaron por la “za” (ث), que habilita por el igual el ceceo y zezeo. Cádiz o Sevilla tomaron la “shin” (ݾ) para pronunciar la “ch” castellana. Y no pocas comarcas terminaron usando la “ha” (ح) con la que terminaron “jejeando”.

En definitiva, el çeçeo en Andalucía no se debe al mal aprendizaje del castellano por un pueblo menor, ni a su evolución desde la conquista debido a diferentes alturas o climas. Es mucho más lógico y hermoso. Las mujeres y hombres andalusíes que permanecieron en su tierra y renunciaron a su religión y a su lengua para sobrevivir tras la conquista castellana, no consiguieron olvidar los sonidos que ya tenían en su garganta. Todo lo contrario: los emplearon para aprender la nueva lengua. Y así surgió el andaluz, único en su diversidad. Por eso cualquiera nos reconoce como andaluces cuando hablamos fuera de Andalucía, aunque después cada uno lo hable a su manera, igual que no es el mismo catalán el que se habla en Lleida que en Tarragona; o el gallego de la costa que el de interior; o el inglés en Gales que en Escocia.

Pero sólo se ama lo que se conoce y jamás podremos defender nuestra lengua si no somos conscientes de que es la prueba irrefutable del palimpsesto de culturas del que estamos hechos. Debemos a nuestros ancestros el enorme mérito de haber conservado nuestra memoria milenaria en su garganta. Así pues, cada vez que nos intenten meter cizaña (que no “zizaña”) por nuestro çeçeo o jejeo, saquemos pecho y digamos que procede de los sonidos en hebreo, román andalusí y algarabía de cuando fuimos capital del universo. Y para que no se olviden, nos los hemos grabado a fuego en la misma lengua.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.