PRECARIOS; ARTISTAS MACHACADOS POR DOS CRISIS / Regina Pérez Castillo 

En el año 2016 participé en un visionado de portfolios dentro de las jornadas de profesionalización y emprendimiento que anualmente organiza la Facultad de Bellas Artes de Granada. Que te inviten a un visionado de portfolios siempre es una oportunidad para descubrir a los creadores que vendrán o que acaban de llegar a la escena artística, aunque el formato del evento siempre me hace sentir en una especie de “speed dating”: durante un par de horas desfilan por tu mesa 5 o 6 artistas, todos los que puedas atender, y en un breve espacio de tiempo te cuentan en qué consiste su trabajo. Algunos traen consigo su dosier, otros incluso obra. La mayoría te piden consejo sobre derivas artísticas, te preguntan qué posibilidades tienen de exponer o cuáles son los espacios idóneos para exhibir su trabajo. Llegados a este punto uno debe demostrar sumo respeto y cuidado con lo que dice, pues es fácil herir sensibilidades sin pretenderlo, y más fácil aún es condicionar el camino de un/a artista que da sus primeros pasos.

Recuerdo perfectamente aquel visionado de portfolios y los nombres de los jóvenes seleccionados: Cristina Ramírez, Álvaro Albaladejo, Marta Beltrán o Natalia Domínguez, entre otros. El nivel de quienes participaban entonces era altísimo. Me llegué a preguntar si verdaderamente necesitaban nuestro feedback, o si éramos nosotros, los visionadores, quienes debíamos aprovechar tamaña oportunidad para preguntarles, aprender sobre sobre sus referentes, lecturas, indagaciones y estrategias. En aquel evento descubrí un nombre que ahora entiendo como profético. Profético para mí porque me anunció un cambio en el paradigma creativo de una nueva generación. Me refiero a Fernando G. Méndez, un artista algo más joven que los anteriores cuyas propuestas rompían con los procedimientos y lenguajes a los que estábamos acostumbrados. Este cambio residía, principalmente, en el uso del residuo como materia artística, así como la aceptación y (vayamos más allá) la exaltación de lo precario como medio creativo. Incluso como filosofía de vida. Cristina, Álvaro, Marta o Natalia elaboran sus obras desde cero. Partiendo de un posicionamiento más tradicional, seleccionan cuidadosamente el soporte, el color o las herramientas que les permitirán llevar a cabo sus ideas. Existe en ellos un cuidado y mimo del proceso artístico, y, sobre todo, un control de lo matérico. Para decir lo que quieren decir no se abandonan al azar (aunque puedan trabajar puntualmente con el azar, no es la base de su obra). El dosier de Méndez, por su parte, estaba plagado de objetos encontrados y ensamblados, elementos que en muchos casos estaban desgastados del uso o, directamente, extraídos de la ruina. Recuerdo especialmente Fallen Star (2015), una pieza muy crítica que el artista desarrolló durante su estancia Erasmus en Polonia. Este decidió trabajar con un supermercado en ruinas de la cadena Biedronka, situado en la ciudad de Poznań. El nombre de la cadena, Biedronka, viene de la palabra polaca “Bieda” (“pobreza”). Con las maderas de la estructura del antiguo supermercado, Méndez construyó una estrella rota y desvencijada que hacía alusión al viejo sueño de la Unión Europea y a cómo Polonia, en vías de desarrollo salvaje, pugnaba contra su realidad social para lograr formar parte de ese ente.

Las doce estrellas doradas de la bandera europea se convertían así en un proyecto deshecho, edificado sobre escombros, metáfora exacta de lo que es Europa, un collage de países y realidades que no casan y al que constantemente acucian problemas de inmigración, racismo y desigualdad.

Fallen Star. Fernando G. Méndez.


El uso del desecho como elemento que construye una pieza artística o como objeto artístico en sí no es nada novedoso. La historia del arte povera está plagada de grandes referentes: Merz, Pistoletto, Manzoni… Lo novedoso de la propuesta de Méndez residía en el significado que el desecho adquiere para los jóvenes de su tiempo, y cómo este forma parte de una cuestión que sobrepasa lo artístico. Hablamos de una cultura generacional marcada por dos crisis económicas consecutivas.

La crisis financiera de 2008 estalló en Estados Unidos, pero sus efectos se dejaron sentir en todo el mundo. La debacle “sub-prime” golpeó fuertemente nuestro mercado y finanzas, situando a la sociedad española en un estado de precariedad desolador. En este marco encontramos a la generación milénica, quienes habían crecido con grandes expectativas, hijos de la clase media y considerados la hornada mejor formada de la historia. Con la crisis del 2008, los planes de crecimiento y consolidación laboral de estos jóvenes se truncaron. A este panorama desesperanzador se suma una segunda crisis, la del Covid-19, que ha forzado la destrucción de empleo en todo el mundo. La generación milénica ha tenido que asumir, por tanto, que la precariedad es parte indisoluble de sus vidas, sin posibilidad de construir un patrimonio individual o de emanciparse. Hablamos de la asunción del desencanto (el estado de bienestar que disfrutaron nuestros padres ya no existe), el convencimiento de que la experiencia vital siempre caminará en la cuerda floja, en la inseguridad y en la reinvención constante. Esto, como no podría ser de otra manera, tendrá su reflejo en las distintas manifestaciones culturales. En lo musical, por ejemplo, Ernesto Castro define el trap como la banda sonora de una joven generación sin esperanzas que reclama exageradamente un “estatus” que les ha sido hurtado. En la creación plástica lo que encontramos son los restos materiales y conceptuales de una sociedad que ha naufragado.

Lo escultórico e instalativo se ha inundado, como ocurría en la obra de Fernando G. Méndez, de objetos residuales. Para una generación que apenas dispone de recursos económicos, el reaprovechamiento se convierte en una estrategia lógica, sin embargo, esto va más allá. La precariedad generacional ha desarrollado en estos jóvenes un gusto por la materia usada, por la huella de la vida sobre el objeto, que posteriormente será intervenido por el/la artista.

Mis hermanos muertos. Javier Iáñez.


Los armarios familiares que no han sido abiertos durante años o los contenedores de obra se convierten en auténticos yacimientos. Los materiales de construcción baratos (el cemento, la escayola, el plástico, entre otros) o los objetos industriales de calidad ínfima también son recurrentes en las obras de estos artistas. Subyace en ellos, qué duda cabe, una crítica a la producción capitalista postindustrial, capaz de generar masivamente objetos de obsolescencia corta, y a la vez existe una valoración positiva del espíritu “made in china”, esa estética de lo cutre, las posibilidades poéticas de lo falso. Esta dicotomía se resuelve fácilmente: una generación con conciencia medioambiental que se ve avocada al uso de los objetos más baratos y accesibles. Ante dicha contradicción, muchos recurren a la ironía.

La pintura ha desarrollado una sensibilidad paralela pero distinta a la de la escultura. El residuo, en este caso, no hace alusión directamente a lo material, por lo que seguimos encontrando artistas que trabajan con soportes tradicionales (papel, lienzo…). El residuo se encuentra en la llamada “basura virtual”, esto es, la amalgama infinita de imágenes que consumimos diariamente en Internet y redes sociales. Los memes, capsula viral de información texto-visual elaborada con fines humorísticos, parece haber dado cierta pauta de actuación pictórica: en primer lugar, trabajar intencionadamente desde lo “mal hecho”, desde un lenguaje forzadamente infantil (una generación que no puede madurar) y, en segundo lugar, usar la ironía para destruir los iconos de la última cultura popular. De este modo, la joven pintura reflexiona sobre las referencias visuales de su tiempo, el “detritus digital” en el que han crecido y que ha forjado una actitud ácida y apática a partes iguales.

Aunque estos creadores parezcan marcados por cierto desinterés o desgana, nunca la creación artística se tomó tan en serio. La pintura y la escultura vuelven a ser, como ha ocurrido tantas veces, un medio de dignificación y legitimación, de elevación intelectual. Quizá se trate precisamente de eso, de insuflar importancia a realidades que no la tienen, de exclamar con furia por las oportunidades perdidas y poner en la palestra, ante los ojos de todos, el resultado de una generación machacada por dos crisis.

Lucky you. Eduardo Rodríguez.

¿. Fran Baena.



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