CULTURA DE CERCANÍA  / Rafael Sillero Fresno

El camino hacia una democracia plena es siempre el relato de una conquista cívica. Un recorrido hacia el reconocimiento legislativo de unos anhelados intereses colectivos. Y, entre estos, aunque hoy no forme parte del discurso político más urgente, está la cultura.

El artículo 44.1 de la Constitución Española de 1978 dispone que “los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho”. Una participación ciudadana en la vida cultural que debe conllevar la libertad e igualdad que se reconocen como garantías en el artículo 9.2. En este sentido, los poderes públicos adquieren el compromiso de promover “las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud” en el desarrollo cultural (artículo 48) y, con respecto a la tercera edad, el “bienestar mediante un sistema de servicios sociales” que, entre otras, atienda las necesidades culturales (artículo 50).

La carta magna se abría a una corriente de ideas que circulaban, desde décadas atrás, por la vieja Europa. En torno al derecho del individuo a la cultura, habían surgido dos posturas que generalmente se plantean como contradictorias, cuando bien podrían complementarse. Por un lado, la democratización cultural, que, considerándola como un bien colectivo, entiende que la cultura debe ser puesta a disposición de la sociedad mediante una difusión que parta de las instituciones. Por otro, la democracia cultural, que se concibe como un desarrollo individual que no ha de estar supeditado a directrices establecidas. Para sus críticos, la democratización cultural es invasiva, reservando solo un papel de espectador al ciudadano; mientras que la democracia cultural es acogida como un modelo participativo que se construye de abajo a arriba. Más allá de una discusión que, llevada al límite, puede resultar paralizadora, queda patente que no se puede entender la cultura sin la ciudadanía.

Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto. Cortesía de Karabanchel.com


En España había crecido una generación a la que llegó el eco de la agitación sociocultural de los sesenta, al mismo tiempo que el estado del bienestar buscaba fundamento en el compromiso con los derechos sociales. Los nuevos aires democráticos también sirvieron para espolear a una ciudadanía que se sentía legitimada para, entre otras cosas, reclamar una cultura de proximidad, en sintonía con ciertos modelos del contexto europeo. Se debe considerar que los asuntos culturales eran cuestión candente durante la Transición, lo que tenía su reflejo en la agenda política. Un debate que era avivado desde plataformas como movimientos vecinales, asociaciones, política de base, tertulias, publicaciones…

La cesión de competencias a las administraciones locales, que facilitaba una relación más directa a la hora de trasladar las peticiones ciudadanas, hizo que se implementaran políticas culturales que tuvieron impacto en zonas urbanas periféricas y rurales, con equipamientos como las casas de la cultura o los centros cívicos. No podemos decir que este tipo de centros fueran una innovación total; ya que, con una filosofía parecida, y con igual o similar denominación, ya existían en el régimen anterior, e incluso se pueden constatar algunos casos precedentes, generalmente vinculados a las bibliotecas públicas. Desde lo privado, también venía siendo notorio el papel de ateneos, casinos o casas del pueblo. Pero, llegada la ola democrática, se puso en valor la participación social para lograr unos lugares vivos en los que se pudieran generar dinámicas creativas y de aprendizaje que fueran más allá de la formación reglada.

Con esa vocación de servicio público cosida al carácter participativo, los equipamientos de proximidad iban a contribuir a la detección y solución de necesidades culturales del entorno; favoreciéndose así una cooperación y cohesión que suman a la hora de dar respuestas a los desafíos colectivos. En definitiva, la cultura como un brazo más de lo social.

Más allá de mastodónticas infraestructuras –que, contextualizadas adecuadamente, también creemos necesarias–, la cultura florece bien con la diseminación de esas semillas que son los equipamientos de proximidad. Las montalbeñas y montalbeños pueden felicitarse por tener una Casa de la Cultura que, desde mediados de los años ochenta, ofrece diversos servicios, como el de biblioteca; el polivalente Teatro Municipal, inaugurado en 2011; la Sala Depósitos, que ha acogido interesantes exposiciones y actividades participativas, siendo un fértil punto de encuentro entre el pueblo y los artistas que nos han visitado en los últimos años; la Caseta Municipal, con una programación multidisciplinar; o el Centro Guadalinfo, con su labor sociocultural. Unos espacios que son conquistas ciudadanas; y desde ese valor se deben medir. Después de la que está cayendo, será muy grato volvernos a encontrar por estos amables lugares de cultura.

Z en clase. Javier Bassecourt y alumnado del I.E.S. Eloy Vaquero. Z III Didáctica y destructiva, 2014.


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